BAKANJA

Beato Isidoro Bakanja. Laico congoleño, mártir

CATEQUISTA DE FE HEROICA
 
Hacia 1885, en la población de Boangi (Congo), vino al mundo Isidoro Bakanja. Su padre Yonzwa y su madre Inyuka eran paganos. La familia estará compuesta por tres hijos: dos niños y una niña.
Hacia 1905, tenía Isidoro unos veinte años, una empresa de obras públicas de Mbandaka le contrata como peón de albañil por tres años. Al mismo tiempo sigue el catecumenado con los monjes trapenses.
Isidoro ha sido alcanzado por el amor de Cristo y ha tomado la decisión de unirse al Señor y a la santa Iglesia católica.
 
El 6 de mayo de 1906 recibe el bautismo, y su amor por María, su Madre del cielo, arraiga profundamente en su corazón. Para marcar su pertenencia tan especial a la Santísima Virgen, ese mismo día recibe el escapulario de Nuestra Señora del Carmen.
Recibe la confirmación el 25 de noviembre de 1906 y toma la primera comunión el 8 de agosto de 1907, a los 23 años. El librito de catecismo con el que se formó en la fe cristiana, preparado por los padres trapenses, daba gran importancia al testimonio o buen ejemplo. Preguntaba:
¿Cómo se sabe que alguien es cristiano?
—Si lleva colgado del cuello un escapulario de María y un rosario. De ese modo, ese hombre es cristiano y es conveniente que muestre su fe ante los otros. Amigos míos, es bueno que el escapulario y el rosario estén siempre con nosotros. Dios es nuestro Padre, María es nuestra Madre y ha demostrado frecuentemente que protege a sus hijos.»
Sobre su vida en Coquilhatville tenemos solamente este testimonio directo:
—Bakanja tenía un carácter muy dulce. No discutía jamás. Era un cristiano buenísimo». »Bakanja era siempre afable con todos, blancos o negros; no discutía jamás; rezaba siempre».
Siempre lo ostenta valientemente como signo de testimonio cristiano y de piedad hacia la Madre de Dios.
Se puso a trabajar en una empresa de caucho que dirigía como gerente un belga blanco llamado Longange. Éste tenía odio declarado a todo lo que oliese a »religioso o cristiano», a lo que despectivamente llamaba »mompére»; y había prohibido que se rezase y se llevasen signos externos de religión. Un día, mientras Bakanja sirve la mesa a Longange, éste nota el escapulario en el cuello de Isidoro. Le dice:
-Bakanja, quítate ese amuleto del cuello. Es una cosa desagradable. No quiero ver más esa especie de «mompére» aquí.»
Pero Bakanja no se lo quita. Por la noche se queda dormido después de haber rezado al escapulario que lleva al cuello.
 
CRUELMENTE FLAGELADO
Algunos días más tarde, regresan al campo de trabajo. Durante el desayuno, Longange nota el cordón del escapulario, que sale de la camisa de Bakanja. Se enoja y grita:
—¿Qué significa esto? Te había dicho que te quitaras eso. ¿Por qué no lo has hecho? Por no haberlo hecho, ahora vas a ver las estrellas…»
Y mandó que le dieran 25 azotes con uno de los látigos del lugar. Con humilde sumisión, Bakanja soportó el castigo inmerecido. Poco le importa el látigo, mientras que quitarse el escapulario seria algo muy diferente. Está decidido a no separarse jamás de él. Tanto peor si le azotan…
El mutismo de Bakanja saca de quicio a Longange, que se dice:
—¡No hay nada que hacer con estos perros cristianos! ¡Minan la autoridad de los blancos! Si este tipo continúa comportándose así, todo el personal se pondrá a rezar.»
En su trabajo es diligente, íntegro y concienzudo. Es abiertamente católico y muchos, impresionados por su sensatez, lo eligen como catequista.
Realiza sus ejercicios piadosos (oración diaria, rosario, confesión y comunión frecuentes) y su apostolado entre sus compañeros, pero sin que esto interfiera en su vida profesional.
Aquella aversión de Longange aumenta a medida que Isidoro es respetado por sus superiores. Isidoro, irreprochable y muy valeroso, no se deja intimidar en lo referente a su fe.
En febrero de 1909, el gerente de la SAB ordena por primera vez que Bakanja sea castigado con veinticinco golpes de cachiporra por haberse negado a quitarse el escapulario.
Longange decide acabar con Bakanja. Manda que le maten. Bakanja, al enterarse, valiente, se presenta ante él y le dice:
—No te he robado. No me he acercado a tu mujer ni a tus concubinas… He hecho cuanto me has mandado… ¿Por qué quieres matarme?»
-«Cierra el pico, animal de «mompére» -le contesta malhumorado Longange-, voy a mandar que te azoten hasta matarte porque llevas esos trapos y enseñas oraciones a mis trabajadores.»
Manda a un compañero negro que le azote con un látigo para domar a los elefantes, lleno de clavos sobre el cuero. Viendo que su compañero no lo hace, él mismo se arroja sobre él, lo tira al suelo y le golpea bárbaramente gritando:
-»¡Termina todo ese teatro! ¡No quiero ver más aquí esos trastos de «mompére»!»
Arranca el escapulario del cuello de Isidoro y lo tira a su perro, que lo agarra y va a destrozarlo en el campo de boniatos. Le golpea con sus botas, con el látigo y lo deja casi muerto. Bakanja, chorreando sangre por todo el cuerpo, gime:
-Blanco, estoy muriendo… piedad… Mamá, me muero.»
Longange se entera que ha llegado un inspector de la empresa que él dirige y teme que todo se sepa. Para evitar que Bakanja le cuente nada, lo encierra en un calabozo, donde le comen las ratas y recibe nuevos golpes y malos tratos de Longange. Un día dejan la puerta abierta, y, arrastrándose, puede huir Bakanja. En la huida, se encuentra con Moyá Mptsu, que es un criado del inspector Potama, quien queda profundamente impresionado al verlo hecho una calamidad. Bakanja le dice: «Si ves a mi madre, si vas a casa del juez, si vas a la residencia del padre, diles que muero porque soy cristiano».
Tras recuperarse de las heridas, Isidoro sigue con regularidad su vida de plegaria, de trabajo y de catecismo. Pero Longange ordena que Bakanja sea tendido en el suelo, y él mismo va a buscar una correa de piel de elefante con dos clavos en el extremo. Acto seguido manda que golpeen a su víctima hasta sangrar, para matarlo.
Sin embargo, no muere, y es conducido a un local que le servirá de calabozo. Su perseguidor en persona le ata ambos pies con dos argollas metálicas cerradas con candado y unidas a un enorme peso: es el trato que da a los condenados a muerte.

MUERE PERDONANDO, COMO JESÚS EN LA CRUZ
Los planes de Longange de que muera Isidoro en aquel lóbrego calabozo no van a cumplirse porque se anuncia una visita de un inspector de la SAB para dentro de dos días, y hay que evitar que vea el cuerpo de Bakanja cubierto de heridas.
Según dijeron los testigos, había recibido por lo menos doscientos golpes. Así que se lo llevan a Isako para que el inspector no descubra el crimen. Mas Bakanja consigue escaparse de sus guardianes deslizándose en la orilla del pantano, cerca del camino que conduce al embarcadero. Se lo come el pus y los gusanos. Debe permanecer siempre con el vientre pegado a tierra.
El 24 y 25 de julio tiene el gran consuelo de recibir la visita de los misioneros. Se confiesa, recibe la Unción de los enfermos y la Eucaristía. A las preguntas de los misioneros, de nuevo les da cuenta de lo ocurrido con estas palabras:
–«El Blanco no amaba a los cristianos. No quería que yo llevara el hábito de María, el escapulario. Me insultaba cuando rezaba.»
El padre trata de consolarlo. Bakanja le reafirma entonces su «fiat’, su plena adhesión a la voluntad de Dios:
«No tiene importancia que yo muera. Si Dios quiere que viva, viviré; si Dios quiere que muera, moriré. Me da igual.»
El padre desea exhortar también a Bakanja a que no nutra odio en su corazón, a que perdone al Blanco que lo ha maltratado, aun a rezar por él, devolviéndole bien por mal.
Le responde Isidoro:
«No estoy enojado contra el Blanco, el que me haya flagelado es asunto suyo, no mío. Sí, si muero, pediré por él en el cielo.»
La mañana del domingo 15 de agosto de 1909, escupe sangre y pus. Se levanta y hasta llega a tomar parte en la oración. Poco después muere.
Los cristianos le entierran con el rosario que tenía en las manos y con el escapulario de la Virgen del Carmen sobre su pecho y espalda llagada.
Aquel día la Iglesia celebraba la entrada triunfal de María a los cielos. Aquel mismo día atravesaba la puerta del paraíso este mártir del rosario y del escapulario del Carmen.
El 25 de abril de 1994, el papa Juan Pablo II lo beatificó, presentándolo al mundo como modelo de santidad.
El santo padre se dirigió al nuevo beato en estos términos:
«Tú, Isidoro… sufriste la flagelación como tu Maestro porque quisiste permanecer fiel a la fe de tu bautismo a toda costa. Igual que tu Maestro en la cruz, perdonaste a tus perseguidores, mostrándote artífice y modelo de reconciliación. Revestido con el «hábito de María», avanzaste como ella y caminaste en tu peregrinación de la fe. Ayúdanos a nosotros, que debemos recorrer el arduo camino, a elevar los ojos hacia María y tomarla como guía.»

Fuente: testimoniospersonales.blogspot.it – RAFAEL M.ª LÓPEZ MELÚS, O. Carm.


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